INTRODUCCIÓN
Hace ya un tiempo (en Cuadernos Técnicos nº44), se habló de cómo el organismo humano se adaptaba a las condiciones externas que imponían las altas temperaturas, y cómo la adaptación inmediata en búsqueda de la homeostasis acelerada permitía no sólo la supervivencia en este ambiente sino también la práctica de ejercicio físico en esas condiciones (incluso, teniendo en cuenta determinados factores, la consecución del máximo rendimiento posible en tales circunstancias).
Si bien es cierto que las adaptaciones que se producen en ambientes fríos no alcanzan la “magnitud” de las que se desarrollan para tolerar ambientes calurosos, en tanto en cuanto no se producen adaptaciones estables en el tiempo que permitan hablar de aclimatación (habituación, en todo caso, sería el término más adecuado, como se verá más adelante), es en gran parte porque este problema ha encontrado solución a lo largo de los tiempos gracias al descubrimiento del propio fuego, pasando por la construcción de viviendas adecuadas al entorno o el desarrollo de vestimentas cada vez más aislantes.
Sin embargo, no es menos cierto que todos los organismos responden de manera necesaria y única en ambientes fríos, y el hecho de practicar ejercicio físico en ellos requiere del conocimiento, al menos en parte, de cómo altera este condicionante el rendimiento alcanzable en los mismos, pues se verá afectado de forma más o menos profunda además de suponer, en casos “extremos”, una amenaza latente para la propia salud.
El objetivo de este artículo es acercar al lector el conocimiento de las adaptaciones que realiza su organismo al exponerse a ambientes fríos y de cómo éstas influyen en el rendimiento que va poder alcanzar en las actividades que pueda practicar en ellos.
¿QUÉ ES HEL-ARTE?... EL FRIO COMO ESTRESOR
Pese al desarrollo de los tejidos modernos y el material aislante, una exposición al frío intensa y prolongada puede llegar lesionar la piel y otros tejidos (incluso producir un bronco-espasmo, dañando la función pulmonar). Hoy en día, la “mayoría” de la población acomodada no es consciente de la fragilidad de las reservas fisiológicas que se tienen para combatir el frío, pues no se expone de manera habitual y/o prolongada a tales condiciones; sin embargo, en los climas fríos de la Tierra (aquellos que se suelen pisar voluntariamente en busca de “aventuras”, objetivos deportivos o de otra índole), hay numerosos agentes estresantes ambientales que desbaratan la homeostasis en los sistemas corporales (a los que habrá que adaptarse del mejor modo posible para permanecer en ellos), siendo los tres siguientes los más importantes que atañen al motivo del artículo:
Hace ya un tiempo (en Cuadernos Técnicos nº44), se habló de cómo el organismo humano se adaptaba a las condiciones externas que imponían las altas temperaturas, y cómo la adaptación inmediata en búsqueda de la homeostasis acelerada permitía no sólo la supervivencia en este ambiente sino también la práctica de ejercicio físico en esas condiciones (incluso, teniendo en cuenta determinados factores, la consecución del máximo rendimiento posible en tales circunstancias).
Si bien es cierto que las adaptaciones que se producen en ambientes fríos no alcanzan la “magnitud” de las que se desarrollan para tolerar ambientes calurosos, en tanto en cuanto no se producen adaptaciones estables en el tiempo que permitan hablar de aclimatación (habituación, en todo caso, sería el término más adecuado, como se verá más adelante), es en gran parte porque este problema ha encontrado solución a lo largo de los tiempos gracias al descubrimiento del propio fuego, pasando por la construcción de viviendas adecuadas al entorno o el desarrollo de vestimentas cada vez más aislantes.
Sin embargo, no es menos cierto que todos los organismos responden de manera necesaria y única en ambientes fríos, y el hecho de practicar ejercicio físico en ellos requiere del conocimiento, al menos en parte, de cómo altera este condicionante el rendimiento alcanzable en los mismos, pues se verá afectado de forma más o menos profunda además de suponer, en casos “extremos”, una amenaza latente para la propia salud.
El objetivo de este artículo es acercar al lector el conocimiento de las adaptaciones que realiza su organismo al exponerse a ambientes fríos y de cómo éstas influyen en el rendimiento que va poder alcanzar en las actividades que pueda practicar en ellos.
¿QUÉ ES HEL-ARTE?... EL FRIO COMO ESTRESOR
Pese al desarrollo de los tejidos modernos y el material aislante, una exposición al frío intensa y prolongada puede llegar lesionar la piel y otros tejidos (incluso producir un bronco-espasmo, dañando la función pulmonar). Hoy en día, la “mayoría” de la población acomodada no es consciente de la fragilidad de las reservas fisiológicas que se tienen para combatir el frío, pues no se expone de manera habitual y/o prolongada a tales condiciones; sin embargo, en los climas fríos de la Tierra (aquellos que se suelen pisar voluntariamente en busca de “aventuras”, objetivos deportivos o de otra índole), hay numerosos agentes estresantes ambientales que desbaratan la homeostasis en los sistemas corporales (a los que habrá que adaptarse del mejor modo posible para permanecer en ellos), siendo los tres siguientes los más importantes que atañen al motivo del artículo:
a) al quitar capas de aire caliente en calma que hay atrapadas en las prendas aislantes.
b) al aumentar el enfriamiento por evaporación de la piel húmeda por el sudor o cuando el material aislante está húmedo.
NOTA: El efecto del viento en un ambiente frío puede suponer hasta un 80% de toda la pérdida de calor corporal. De hecho, tanta es su importancia que, cuando entra en juego este factor ya no sólo se habla de temperatura, sino de sensación térmica – cuando ésta es muy baja, la carne se puede congelar en un minuto o menos – (ver cuadro en foto 1).
ADAPTACIONES AL FRÍO DEL ORGANISMO HUMANO EN REPOSO
La simple exposición a un ambiente frío durante un tiempo hace que se produzcan en el organismo varias respuestas adaptativas inmediatas, debidas a las interacciones de los receptores sensoriales (que detectan el descenso de temperatura de la piel), el sistema nervioso central y diversos órganos, que juegan papeles esenciales a nivel individual pero con un objetivo común: mantener la temperatura interna del cuerpo a (o cerca de) los 37ºC, y movilizar combustibles (glucosa y ácidos grasos principalmente) que sostengan un metabolismo y una producción de calor acrecentadas.
Todas estas adaptaciones las podemos clasificar en 3 frentes de acción posibles:
Se podría decir que, durante la mayoría de las exposiciones al aire frío, existen respuestas o adaptaciones que se dan casi siempre, aunque dependerán de diversos factores de orden interno (características anatómico fisiológicas de cada individuo) y externo (intensidad del frío del ambiente, que puede ser desde suave, moderado, frío, muy frío o extremo), por lo que es difícil generalizar; aun así, serían estas dos:
Ambas respuestas (el aumento de los niveles de catecolaminas y el incremento del volumen central de sangre que sigue a la vasoconstricción periférica), se encuentran bajo el control del sistema nervioso central autónomo y hacen que aumente el gasto cardíaco tan sólo por un aumento del volumen sistólico y no de la frecuencia cardíaca, que curiosamente permanece constante.
En ambientes termo-neutros, el consumo de energía del organismo responde a tres necesidades:
Sin embargo, en ambientes fríos el gasto energético en reposo ya es mayor, tanto por efectos hormonales como por el aumento de la actividad involuntaria (tiritonas) que, además, suponen un consumo extra de reservas glucolíticas (glucosa sanguínea y glucógeno muscular), por la tipología de las contracciones (fibras FT) que demandan dicha termogénesis.
Un elemento a tener en cuenta que se ve influido por la exposición al aire frío es el equilibrio de líquidos que, curiosamente, se ve alterado de modo indirecto por el mayor volumen de orina que se genera cuando se produce la vasoconstricción cutánea, lo que acelera la deshidratación (con el consecuente deterioro de la salud, primero, y del rendimiento en la actividad que se lleve entre manos, después)..., por tanto, será un parámetro a vigilar.
Otro factor a considerar que adquiere su importancia “con los años” es la propia edad, dado que con ésta disminuye el riego sanguíneo cutáneo y, en consecuencia, también el grado de vasoconstricción; de igual modo, el aumento de la tasa metabólica por el frío es menor con la edad, provocando una temperatura rectal menor en ambientes fríos, dado que la producción de calor metabólico es menor. Por tanto, se podría afirmar que a mayor edad, las adaptaciones que debe realizar el organismo se dan a menor escala por los propios cambios que, ya de por sí, se padecen con el paso de los años lo que, en cierto modo, configura un “modelo” menos adaptado a las condiciones de los ambientes fríos, pues se pierde mayor temperatura que en organismos más jóvenes (que proceden con una vasoconstricción mayor para iguales temperaturas, y un aumento de la tasa metabólica mayor, para compensar las pérdidas de calor provocadas en dichos ambientes, sin descensos tan notables de la temperatura interna).
Existirían también otras respuestas de adaptación al ambiente frío, enmarcadas fuera del ámbito “fisiológico”, o lo que se ha denominado termorregulación por comportamiento, que obedece a todas aquellas conductas que sugieren el propio raciocinio y/o al aprendizaje sobre la experiencia, como ponerse más capas de prendas (o las adecuadas a cada situación), beber líquidos calientes o trasladarse a entornos más cálidos (“lógico”, ¿verdad?).
FRÍO Y EJERCICIO: ADAPTACIONES INMEDIATAS
La realidad a la hora de hacer ejercicio en ambiente frío evidencia que soportar tales condiciones supone un estrés adicional por dos motivos principales:
Su efecto conjunto desencadena, en última instancia: un aumento del coste metabólico (por el peso extra soportado y la fuerza de más que debe hacerse para realizar los movimientos por el roce entre las prendas de abrigo); un descenso de la coordinación (por el mayor tono de la musculatura, tanto agonista como antagonista, pre-termogénesis involuntaria o durante el desarrollo de la misma); y un efecto anestesiante en los receptores sensoriales de las partes más distales de las extremidades (manos y pies), lo que entorpece actividades de destreza fina que se deban realizar en tales circunstancias.
Diversos estudios controlados de laboratorio han comparado las diferencias de adaptación del organismo al ejercicio en ambientes termo-neutros (temperatura ambiente suave) y en ambientes fríos, de los cuales se desprenden los siguientes resultados –adaptado de Doubt (1991), en Armstrong (2000) –:
Por tanto, como se puede observar, las condiciones que impone el ambiente frío no son, de entrada, las más idóneas para alcanzar rendimientos máximos en la disciplina que sea. Sin embargo, dichas condiciones serán las mismas para todo aquel que realice cualquier deporte en estos ambientes (si se hace en disciplinas competitivas) o, visto desde otra perspectiva, “son las que son” y habrá que adaptarse a ellas del mejor modo posible, si el objetivo del practicante (de la actividad que sea) es llevarla a cabo sin más, independientemente del rendimiento que se pretenda alcanzar (que normalmente consiste en completar la actividad, sin buscar un rendimiento de tiempos o marcas concretas). De todos modos, si se tiene en cuenta la máxima de “velocidad = seguridad” que impera en algunas de las actividades que se practican en estas condiciones, no debería despreciarse el contenido de los siguientes párrafos.
FRÍO Y RENDIMIENTO: ALGUNOS APUNTES
Las respuestas fisiológicas ante una exposición prolongada al frío están relacionadas con el nivel de “forma física” personal. Aquellos individuos que presentan buenos niveles de forma, tienen una capacidad termorreguladora más eficaz que los que no lo están (por una mayor producción de calor metabólico y un mayor aislamiento interior del cuerpo por vasoconstricción). Aparentemente, el entrenamiento físico mejora la sensibilidad de las respuestas adaptativas frente al frío (se han encontrado disminuciones de la temperatura rectal antes de empezar a tiritar en corredores de fondo en forma, frente a personas sedentarias en las que no se halló dicha adaptación – Baum, E (1987), en Armstrong, L (2000) –) y, de forma indirecta, contrarresta los desgastes del ambiente frío de dos maneras: una es que a mayor masa muscular (consecuencia “habitual” del entrenamiento) mayor producción de calor metabólico al tiritar; y otra es que esa producción de calor metabólico (medido como consumo de oxígeno) se puede mantener por más tiempo, ya que se podrán mantener intensidades de ejercicio más elevadas por las adaptaciones propias del entrenamiento.
Al margen de estas generalidades que, sin embargo, no se dan en todas las personas (independientemente de su estado de forma), resulta interesante comprobar cómo las distintas capacidades físicas se ven influidas por los ambientes fríos, ya que según la modalidad deportiva que se lleve a cabo, se incidirá en unas más que en otras.
Algo común a todas ellas, no obstante, es que el máximo rendimiento alcanzable puede verse afectado de manera negativa si la temperatura interna o la temperatura muscular caen (que es el parámetro que se debe controlar, más que lo baja que sea la temperatura del ambiente), y la primera forma para contrarrestar este fenómeno pasa por realizar un calentamiento más eficaz, que se ha demostrado como aquel que se efectúa a intensidades moderadas y con una duración prolongada, frente a otros más cortos e intensos, que no preparan convenientemente músculos y sistema cardiovascular, para evitar lesiones y estimular del mejor modo su eficiencia metabólica.
La resistencia aeróbica, entendida aquí como el máximo tiempo posible que se puede soportar una actividad constante de intensidad moderada, disminuye si todo el cuerpo se enfría, aumentando la probabilidad de ocurrencia cuanto más se dilate la actividad por el mayor tiempo de exposición al ambiente frío. Se apuntan diversos motivos para explicar este fenómeno, aunque el más importante sería que el número máximo de pulsaciones (FC Máx) disminuye con el enfriamiento del cuerpo y, al no aumentar el volumen sistólico, el gasto cardíaco cae y, con él, la capacidad para mantener el ejercicio.
La resistencia muscular o capacidad para mantener contracciones continuas a una intensidad sub-máxima, también puede verse alterada por la exposición al frío y el descenso consecuente de la temperatura muscular. Si ésta desciende de los 27ºC, la resistencia muscular disminuye bien por una menor velocidad de conducción de los nervios, bien por una menor movilización de fibras musculares (especialmente las que se encuentran cerca de la superficie del músculo).
La fuerza muscular, alterada por el mismo factor anterior (descenso de la temperatura muscular), también se ve afectada en su expresión máxima (fuerza máxima) y en su manifestación de máxima potencia (mayor cantidad de fuerza aplicada en el menor tiempo posible). Las explicaciones, como en casos anteriores, son varias: desde que dicho enfriamiento provoque un aumento en el tiempo que lleve a las fibras musculares a alcanzar su máxima tensión (por una unión más lenta de los puentes cruzados de actina y miosina), hasta un posible aumento de la viscosidad del sarcoplasma (líquido interno de las células musculares) que aumente la resistencia al movimiento de los citados puentes cruzados, pasando por una ralentización de la tasa de reacciones químicas del músculo (al disminuir la actividad de las enzimas musculares por del descenso de la temperatura interna).
Con todo lo anterior, cabría apuntar a modo de resumen una serie de conclusiones para optimizar el rendimiento de la práctica física realizada en ambientes fríos, independientemente del tipo de actividad que se lleve a cabo (ver Cuadro final).
ACLIMATACIÓN, MÁS ALLÁ DE LA ADAPTACIÓN INMEDIATA
Las posibilidades de aclimatación al frío son muy limitadas, como se ha comentado al principio del artículo, por el la mayor protección que ha ido consiguiendo el ser humano contra este factor estresante a lo largo de su historia. A pesar de esto, si se han demostrado adaptaciones raciales al frío (por ejemplo, las razas mongoloides están mejor condicionadas para soportar las bajas temperaturas ambientales que los negroides o caucásicos).
Es posible una cierta aclimatación a corto y medio plazo. La exposición habitual a un ambiente frío permite soportar mejor sensaciones como el adormecimiento u hormigueo en extremidades (incluso el dolor). La modificación de la actitud psicológica constituye uno de los más notables efectos de la exposición repetida al frío, lo que permite retrasar la aparición de la apatía y la inactividad (garantía de supervivencia en ambientes extremos), sin embargo, se podría hablar más de habituación o acostumbramiento que de aclimatación, en tanto en cuanto las adaptaciones que se consiguen no son estables en el tiempo más que por un intervalo limitado.
Esta habituación se refleja también en menores pérdidas de glucógeno ante una exposición al frío determinada, pues la temperatura corporal es más alta y se tirita menos (ya que el umbral de la tiritona, tras repetidas exposiciones a aire frío, se traslada a una temperatura corporal más baja), lo que tiene un efecto favorable sobre el rendimiento en actividades de resistencia (por el ahorro energético que supone) en entornos más fríos.
CONCLUSIONES
Las interacciones entre el ejercicio y los agentes estresantes del frío son complejas y no tienen por qué ser necesariamente aditivas, como podría esperarse en ambientes calurosos. De hecho, a medida que aumenta la intensidad del ejercicio, las diferencias en la respuesta a entornos térmicos neutros y fríos pueden cambiar. Si se tiene en cuenta este hecho y se parte de reconocer lo compleja que es la respuesta del ser humano ante un ejercicio cualquiera, que siempre es particular o individual, se podrá comprender desde la óptica adecuada la utilidad de todo cuanto se ha expresado en líneas anteriores.
CUADRO FINAL: ASPECTOS PARA OPTIMIZAR EL RENDIMIENTO EN AMBIENTES FRÍOS
Fuente Barrabez.com
Bibliografía consultada
Lawrence E. Armstrong. “Rendimiento en ambientes extremos”. Ediciones Desnivel. Madrid (2000).
J. López Chicharro; A. Fernández Vaquero. “Fisiología del ejercicio. 3ª Edición”. Editorial Médica Panamericana. Madrid (2006).
Bibliografía consultada
Lawrence E. Armstrong. “Rendimiento en ambientes extremos”. Ediciones Desnivel. Madrid (2000).
J. López Chicharro; A. Fernández Vaquero. “Fisiología del ejercicio. 3ª Edición”. Editorial Médica Panamericana. Madrid (2006).
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